RASAL

LINGÜÍSTICA

Recibido: 17.05.2021 | Aceptado: 22.09.2021

DOI: https://doi.org/10.56683/rs221054

ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s26183455/3jhwtfkpb

Estado, capital y proceso sociolingüístico del quichua santiagueño (siglos xix-xxi)

State, capital and sociolinguistic process of quichua in Santiago del Estero (19th-21st centuries)

Héctor Andreani

Universidad Nacional de Santiago del Estero

https://orcid.org/0000-0002-6708-2966

Resumen

En las investigaciones sobre la lengua quichua hablada en Santiago del Estero (principalmente enfocadas en el desplazamiento lingüístico) salvo excepciones, hay una notoria ausencia respecto de las condiciones contemporáneas de mantenimiento de esta variedad. Basados en archivos, aportes historiográfico-sociológicos recientes y datos etnográficos propios, proponemos una hipótesis integral sobre el proceso social de esta variedad, desde el siglo XIX hasta la actualidad.

Analizamos la evolución de la composición social, la formación de la sobrepoblación relativa, y las fuerzas motrices que impactaron en los usos bilingües (quichua-castellano). Enfocamos en dos elementos determinantes y soslayados: el Estado y el capital, en sus diferentes manifestaciones e impactos, desde los cuales recolectamos indicios de mantenimiento lingüístico (muy complementarias al desplazamiento). Proyectamos la caracterización resultante de esta hipótesis a muchas lenguas minorizadas americanas.

palabras clave: usos de la lengua quichua; mantenimiento lingüístico; fuerzas motrices; sobrepoblación relativa; procesos estatales / capitalistas.

Abstract

Research on the Quichua language spoken in Santiago del Estero, Argentina, has mainly dealt with language shift, and there is, with few exceptions, a notable absence of a focus on the contemporary maintenance conditions of this variety. Based on archive materials, recent historiographic-sociological contributions and our own ethnographic data, we propose a comprehensive hypothesis about the social process shaping this variety, from the 19th century to the present.

We analyze the evolution of the social composition, the formation of the relative overpopulation, and the driving forces that have impacted on bilingual uses (Quichua-Spanish). We focus on two determining and usually overlooked elements: the State and the capital, in their different manifestations and impacts, from which we collect indications of linguistic maintenance, which are highly complementary to language shift. Finally, we project the resulting characterization of this hypothesis onto many American minority languages.

keywords: uses of the Quichua language; linguistic maintenance; driving forces; relative overpopulation; state / capitalist processes.

1. Introducción

Los estudios previos sobre la variedad quichua santiagueña (QS)1 pueden dividirse en tres ejes: a) la sobrerrepresentación temática sobre su “entrada histórica”2 en Santiago del Estero (SdE); b) gramáticas y lexicografía; c) el desplazamiento lingüístico. Pero sobre la situación social contemporánea de dicha lengua, salvo excepciones, hay una notoria ausencia de investigaciones. Cierto sesgo sedimenta una pregunta fundamental pero soslayada: por qué una lengua extremadamente minorizada sigue siendo hablada en tiempos actuales.

Sintetizamos perspectivas sobre desplazamiento. Contra el chauvinismo y la ausencia de debate intelectual local, lingüistas pioneros planteaban la idea del bilingüismo Q-C como un “problema social”, y diagnosticado en un “proceso de extinción” (Albarracín y Alderetes, 2001), dada la necesidad de inserción laboral de sus hablantes y no por vergüenza lingüística (Albarracín y Alderetes, 2004, p. 87), con migraciones extremas por el despojo económico (Alderetes, 2001, 31-38), y la prohibición escolar sobre alumnos quichuistas (Landsman 1998; Alderetes, 2001; Karlovich, 2006; Grosso, 2008, p. 95; Albarracín, 2004), con consecuencias visibles como la sustitución sintáctica por el castellano (Lorenzino, 2003, p. 59).

Es más dificultoso encontrar aportes sobre mantenimiento lingüístico. El QS persistiría por actitudes de “resistencia” ante la homogeneización del castellano (Albarracín, 2004), por el aislamiento geográfico aluvional (Courthès, 2005, p. 99) o el “arraigo” prehispánico de la lengua en el territorio (Christensen, 1970; Alderetes, 2001; Karlovich, 2006). Desde la antropología posmoderna el QS persistiría porque “lo indio” opera en el QS como un fluir semiótico, residual y vigente, por debajo de la modernidad (Grosso, 2008). Para el chauvinismo local, el QS se mantendría por un primordialismo folklórico, que se perdería por el avance de la “modernidad”. Sintetizando, serían: a) atributos identitarios provincianos; b) una explícita política endógena de “resistencia” lingüística; c) semióticas “subterráneas” bajo prácticas “dominantes” o “poscoloniales”. Dado el foco predominante en los períodos prehispánico y colonial, resulta curioso que la vigencia contemporánea del QS no haya sido un interrogante central, hasta donde sepamos, en ninguna investigación previa. La literatura precedente produjo datos importantes pero fragmentarios, pivoteando entre la denuncia sobredimensionada o la negación romántica del desplazamiento lingüístico.

La dimensión de clase ordena el análisis. Nuestra hipótesis, sencillamente, plantea que el proceso sociolingüístico no puede caracterizarse sin articular con el proceso sociohistórico. En la literatura previa tanto los procesos productivos como el rol del Estado serían entidades negativas, totalizantes, como una “aplanadora de diferencias” (Grosso, 2008, p. 24). Precisamente, nos enfocaremos en diferentes manifestaciones e impactos locales del Estado y el capital, desde los cuales recolectamos indicios de mantenimiento lingüístico (sin soslayar el obvio desplazamiento).

Nos basamos en archivos, investigaciones historiográficas/sociológicas recientes y un extenso trabajo etnográfico propio (2005-2020) en tres departamentos mesopotámicos (Figueroa, Atamisqui y Salavina). Repensamos el concepto de fuerza motriz (Labov, 2002; Brighton, 2003; Heggarty y Beresford-Jones, 2010) como la capacidad social de poner en movimiento el desarrollo o desplazamiento de una lengua bajo una determinada configuración de relaciones sociales. Proponemos el concepto de interfaz como un dispositivo/espacio comunicativo de intercomprensión, funcional a la socialización lingüística entre capas afines o clases diferentes. Establecemos una periodización de larga duración desde el siglo XIX hasta la actualidad. Son tres ciclos sociolingüísticos con sus respectivas fuerzas motrices predominantes (no totalizantes): Ciclo I (1820-1880) de consolidación sociopolítica; Ciclo II (1870/80-1940) de gravitación relativa; Ciclo III (1940-siglo XXI) de suministro inestable. Toda periodización de tiempo largo se presenta generalizante y los datos demasiado heterogéneos. Por ello describimos casos relevantes para cada ciclo, organizamos cuadros sobre ámbitos de propagación lingüística, y calculamos estimaciones para diferentes clases sociales. De allí que cada ciclo está caracterizado según la evolución de la composición social.

2. Ciclo I (1820-1880): fuerza motriz de consolidación sociopolítica

Para este ciclo, el quichua se habría consolidado durante el gobierno de Juan F. Ibarra entre 1820-1851 (cf. Landsman, 1998), visto como “alianza” entre campesinado, caudillos y clero contra el avance “modernizador” porteño (Karlovich, 2006, 21) o específicamente, por el bilingüismo de los caudillos como control político de masas (Alderetes y Albarracín, 2004, p. 88). Planteamos algo más profundo: el quichua como determinante herramienta de interclases. Primero, como repertorio de socialización primaria de las capas inherentes a la burguesía ganadera transicional o en ascenso (Flores, 2018); segundo, como interfaz cotidiana con sus propios obreros rurales (soldados, capataces, conchabados, peones, agregados); tercero, el Estado provincial toma forma, identificación social y legitimidad territorial gracias a una intensa y abarcativa interfaz Q.

Un aspecto eludido por la historiografía dominante es la naturaleza social de los hacendados y las explotaciones en el siglo XIX. Se considera erróneamente que solamente habría capitalismo si hubiera una burguesía desarrollada, industrial y dominante: en realidad demoró mucho tiempo en superar una posición subalterna, y lograr construir relaciones propiamente capitalistas (Harari, 2009; Flores, 2018). Para los estancieros locales era difícil conseguir peones porque migraban para cosechar algarroba, la principal actividad recolectora (Palomeque, 1992, p. 27). Así, precisaba tejer alianzas interclases. La población fue obligada a proletarizarse pero recibía insumos para esa reproducción: “protección militar, alimento, vestido, un terreno donde vivir, tabaco y un pequeño e irregular ingreso” (Carrizo, 2014, p. 77). Por otro lado, el gobierno favorecía a comerciantes y hacendados al habilitar procesos de subsunción “formal” (absorber fuerza de trabajo regimentada por papeleta de conchabo, bajo azotes o exilio a fortines). El lento proceso de acumulación originaria implicaba organización de la violencia: el principal gasto era militar, con 42% entre 1820-1849, y entre 1852-1858 trepó al 59% para el pago de sueldos, alimentación de la tropa, compostura, adquisición de armas, uniformes, municiones, tabaco y caballos. Fue clave la regularidad en los sueldos a milicias, pues podía quebrarse la “lealtad” (Carrizo, 2014, p. 76). No se forzaba a los desposeídos (“vagos”) a “trabajar en general”, sino que debían hacerlo en determinada unidad productiva y no en otra, o bajo cierta tasa de explotación. Dicha coacción era un instrumento de competencia entre diferentes hacendados por una obra de mano escasa (Salvatore, 1992; Flores, 2018, p. 30) en un incipiente aparato productivo local. La burguesía (sea a comienzos del siglo XIX en el Río de la Plata, y para el territorio santiagueño para las décadas posteriores) obviamente aún presentaría rasgos embrionarios y el grado de desposesión de los peones no sería absoluto (Flores, 2018, p. 31). A comienzos del siglo XIX, la población rural superaba el 85% (Alén Lascano, 1992, p. 202) proporción que casi no varió hasta mediados del siglo XX. Pero si fueran solo “campesinos” (según la autosubsistencia idílica o autonomía “chayanoviana”) los pobladores recurrirían a los mercados solo para consumir valores de uso, sin mediar una fuerza de necesidad económica. En realidad, el supuesto “campesino” que recurría al mercado de forma sistemática, sea por subsistencia o por necesidad de vender el resultado de su producción y acceder a las mercancías que carece, se transformaba en productor mercantil (Flores, 2018, p. 37). Ya desde la primera mitad del siglo XIX, muchos recolectores “montaraces” (miel, cochinilla, grana, algarroba) precisaban vender sus productos para subsistir (Palomeque, 1992; Farberman, 2006).

Según las diferentes percepciones de viajeros, cronistas y diplomáticos extranjeros, una mayoría dominante de la población manifestaba un acentuado monolingüismo Q en capas rurales enteras, inclusive urbanas (entre otros, Jacques, 1857, 8; Page, 1859, 375; Hutchinson, 1945 [1862], p. 221; De Moussy, 1864, p. 215; Mantegazza, 1916 [1867], p. 176; Gordon en Rock, 2006, p. 38; Mulhall y Mulhall, 1876, p. 199; Gancedo, 1885, p. 286; Clemens 1886, p. 259; Gálvez, 1889, p. 149). Para el capitán Thomas Page se hablaba quichua “sólo en una sección de Santiago, es decir, al norte del Dulce, en una región del país ocupada principalmente por mestizos” (1859, 370). Pero en otra zona, y evidenciando una clara interfaz Q entre comunidad y caudillos, el mismo Page narraba el estupor de los pobladores generado por el esquife (barco pequeño) mientras cruzaban el Salado: “El general [Taboada] gritaba algunas palabras tranquilizadoras en su propio idioma (…) Cómo se reían y gesticulaban, y qué volumen de rico quichua vertieron al explicar (…) porque uno había tomado el barco por una enorme bestia” (Id, p. 370). Para Amadeo Jacques: “el empleo de la quichua está circunscripto: en el norte y en el sur no pasa de nueve a diez leguas; en el oriente se extiende hasta el costado del salado, donde reina casi sin división. Fuera de estos límites, desaparece por completo” (1858, p. 8). De Moussy ofrece un mapa más extendido:

En un departamento ubicado sobre el río Salado, hacia la provincia de Salta, parte de Copo, hay incluso un número bastante grande de indígenas de raza apenas mestiza entre los que se encuentra el tipo quichua. Han conservado las costumbres y el idioma de su antigua raza. (…) En efecto, se habla quichua en toda la provincia de Santiago (1864, p. 215).

El diplomático inglés Maurice Gordon, en 1869, calculaba que el 90% de la población hablaba quichua (Rock, 2006, p. 38). Víctor Gálvez (seudónimo de Vicente Quesada) conjeturaba con ligereza que los santiagueños solamente conocieron el castellano por sus continuas migraciones hacia Buenos Aires (1889, p. 149). Otros indicios muestran a hacendados y políticos que hablaban, sugerían y corregían sobre usos correctos del quichua (Page 1859, p. 362; Hutchinson, 1945 [1862], p. 364; Gancedo, 1895, p. 295-300). Por ejemplo, Absalón Ibarra, activo funcionario del clan Taboada, en una carta de 1881, corregía a su interlocutor en quichua: “Inti Llajtai concharihuai traducido literalmente dice: sol patria alúmbrame, y si supongo lo que has querido expresar es Sol de mi patria alúmbrame, debiste poner: Inti llajtaimanta concharihuai. En la palabra concharihuai no hay por qué emplear la letra k, no siendo, como no es gutural su pronunciación” (archivos de Gaspar Taboada, en Peralta Puy 2018, 261). Finalizando el siglo XIX, los jóvenes de la burguesía agraria santiagueña que estudiaban en Córdoba, en discusiones intelectuales con académicos no santiagueños, utilizaban con complicidad su repertorio quichua con fines burlescos (Lascano, 1889, p. 45-46). Cierta literatura enmarcada en el ciclo II, describe para el ciclo anterior una burguesía decimonónica que es claramente bilingüe Q-C (Quenel, 2014 [1981], p. 123; Sosa, 2018 [1953]; Abdala, 1962, p. 176; Tebes, 2009, p. 209).

Nos preguntamos por emergentes funciones políticas de la interfaz Q, por ejemplo, en la invasión de tropas salteñas en 1840, que debieron retirarse “hambreadas” por la estrategia de “tierra arrasada”, y aunque ofrecieran dinero, ningún poblador otorgaba información sobre el paradero del gobernador Ibarra (Achával, 1993, p. 308). Años después, Thomas Hutchinson sintetizaba claramente la trama sociolingüística (y política) de la vida agro-militar, en el principal fortín:

El Bracho (…) es el cuartel del general Taboada (…) Cada casa (…) es un pequeño cajón cuadrado de barro (…) La población cuenta aquí como trescientas almas, de las cuales cuatro saben castellano, –los demás hablan quichua– (…) hay setenta y tres soldados permanentes, y cuando un animal vacuno, como vaca o novillo, se carnea, se divide en setenta y tres pedazos (…) Todos estos fortines forman una especie de establecimientos ‘Agrícolo-militares’ (…) los soldados no reciben paga, y sin embargo su fidelidad al General es notable. Cada hombre tiene una chacra para el cultivo del trigo, maíz, sandías, etc.; pero no se les permite vender nada de esto hasta que prueben a su oficial que tienen lo bastante para la provisión de su familia en invierno” (1945 [1862], p. 220-221).

Otras son experiencias muy extendidas en el territorio: ciertos agrupamientos de apropiación directa (pillaje, abigeato) manifestaban interfaces QS/ otras lenguas indígenas. Algunos mestizos sociales trans-chaquenses –con documentadas capacidades plurilingües–perduraron hasta la primera mitad del siglo XX, absorbidos posteriormente como peones (ancianos como Tata Gaya o Indalecio Carabajal) o devenidos burgueses rurales como “Vangi”, ex compañero de asaltos de Mate Cocido (Tebes, 2009, p. 147). Otros eran soldados desertores de los fortines fronterizos, denominados “indios blancos” (Spota, 2011, p. 15). Un poblador del Salado (muy probablemente monolingüe Q) comandaba a “mestizos” e indígenas chaquenses: “un famoso salteador y capitanejo (…) asoladores de las haciendas (…) cristiano fugitivo entre los indios, muy querido (…) se llamaba Fortunato (…) capacitó con otros (…) el robo de una gran tropa de mulas” (Castro Boedo, 1872, p. 123-124). Otro “nacido en la costa del Dulce”, Eugenio Pérez, fue secuestrado por mocovíes y ascendido posteriormente a capitanejo. Ricardo Rojas lo entrevistaba: “¿Pero le obedecen Pérez? ¿Y cómo no, señor?... Ahora tengo doscientos cincuenta en Averías, contando chusma y gente de guerra. Han puesto sus toldos en un bosque cercano de casa. Los más conservan sus costumbres; otros trabajan por una miseria en los obrajes” (Rojas, 1907, p. 51).

Gradualmente se consolidaba un campo semántico específico por el desarrollo del capital ganadero. Por ejemplo, el verbo uyway (criar animales y niños pequeños) derivó en uywayoq (hacendado o ganadero) y uywasqa (hacienda), y otros procesos como la capacidad de multiplicar ganado (mirachiy). Mediante una evidente huella de clase, la acepción andina de weraqochi, se resemantizó como “caballero”, “señor”, “dueño de tierras” (Tebes y Karlovich, 2006, p. 56). Clementina Quenel en 1950 presentaba su novela El bosque tumbado. Además de mostrar a obreros rurales, describía al patrón: “Como muchos otros hombres que trazan una época –epopeya de la selva– solo perdura en la memoria de los lugareños de tez curtida que aún le sobreviven. Su evocación, acaso retrata someramente al patrón feudal y bizarro, de poncho y botas. De habla quichua y párpados morenos” (2014 [1981], p. 123). Pacificación, alianzas, tutelaje, dominación y afectividad: la institución del compadrazgo era intensa entre patrones y peones (Tasso, 2007; Vessuri, 2010 [1971]). Esto impacta en narraciones animalísticas (“casus”) donde el zorro no solo es “sobrino” sino también “cupay” o “cumpilu” (compadre) del tigre.

Actividades como la producción melífera, generaban sus campos semánticos: tiyu-simi, yana, chilalo, kayasán, qella, chumalu, moro-moro, wanqero, mestizo, puchkillu, lachiwana, allpamishki, pusqellu, meliay, pampalu, karán, waykuru, shira-shira, bala-puka, chumululu, runa-wanchi, utkusimi, etc. (Hutchinson, 1945 [1864], p. 234; Bilbao, 1964, p. 153; Farberman, 2006, p. 14; Albarracín, 2017). Según el Censo Nacional de 1869- el 38% de toda la PEA se componía de 31.181 mujeres teleras, es decir, el rubro más numeroso del siglo XIX. Entre 1841-1844 se produjeron 14.233 ponchos, con aumento de 178% respecto del período 1831-35, y para 1850 se produjeron 23.646 unidades, aumentando un 151% (Carrizo, 2014, p. 101). Comparado con Córdoba y Litoral, la escala productiva era baja: “los [ponchos] santiagueños tenían una mayor elaboración, de sugestivos diseños y llamativas tonalidades, y (…) un precio más alto” (Carrizo, 2014, p. 114). Esta extrema explotación a mujeres desarrolló un léxico muy diverso: procesos de trabajo (tampalu: “enmarañado”; allwida: “urdida”; pallada: “dibujos en tejidos”), insumos y herramientas (sikinchador: “ajustador”; warku: “ristra de hilos”), productos (killango: “manta de pieles”; kalcha: “carona”) y oficios (puchkadora: “hilandera”; aaqdora: “tejedora”)3. Según dicho Censo, el sector de costura y bordados alcanzaba a otras 7.408 mujeres (9%), 12.883 “labradores” (15,2%), “servidumbre” (7%) hacendados y ganaderos (5%). Estas capas (74,2% del total y probablemente mucho más) componen esa predominante interfaz Q.

CICLO I: 1820 hasta 1880
Ámbitos de propagación del repertorio monolingüe Quichua
FUERZA MOTRIZ de CONSOLIDACIÓN SOCIOPOLÍTICA PROPAGACIÓN
Fuerte (F) – Media (M) - Débil (D)
Ámbitos Situaciones Capas y fracciones
Burguesía transicional rural Pequeños productores semiproletarizados
Burguesía ganadera consolidada
Completamente proletarizados
Pequeña burguesía urbana
Educativos/culturales Formación escolar - -
Escuelas rurales M F
Cuentos, anécdotas y casos de zorro en fogones (familiares, militares, laborales) F F
Talleres de oficios (textil) F F
Sociales Tertulias de mujeres de la burguesía urbana M M4
Ámbitos de ocio/manuales (reñideros de gallo, moliendas de trigo, tiendas de menudeo, boliches, boticas, barracas) F F
Grupos numerosos de trabajo en “tropa de carretas” - F
Competencias y juegos informales ecuestres-militares F F
Comidas familiares de trama extendida F F
Prácticas de salamanca “folklórica” - F
Juegos/ Cacerías/ Competencias infantiles F F
Aglutinamientos en albardones (por aislamiento geográfico aluvional) M F
Esferas conversacionales quichuas en ámbito familiar (adivinanzas, cuentos, fogón, etc.) F F
Bailes, (“farras”, “trincheras”) F F
Producción de géneros musicales de danza (vidala, chacarera, gato) en quichua F F
Crianza sistemática desde nodrizas y niñeras monolingües F F
Plurilingüismo de mestizos sociales (indios blancos) distribuidos en el Chaco santiagueño (dirección Noreste) - F
Económicos Tráfico de productos en comercio ambulante F F
Producción textil femenina F F
Transacciones comerciales de escala media o grande (compra-venta de tierras, venta ganado vacuno, bovino, caprino) F -
Estrategias de apropiación directa (-AP-pillajes, robos, abigeato) M F
Calificación militar de la fuerza de trabajo en AP (pillajes, robos, abigeato), segunda mitad del siglo XIX D F
Comercio urbano M F
Estrategias productivas de meleros (Chaco santiagueño) - F
Estatales/políticas Interacciones orales sistemáticas entre comandantes, capitanes, generales F F
Procedimientos policiales rurales y urbanos (analfabetos) - F
Monolingüismo social generalizado en fortines y líneas de defensa F F
Estrategias colectivas de guerra (ej. “campo raso” en 1840) F F
Gobernadores, ministros, secretarios “quichuistas” (Q-C) F F

Cuadro 1: Ámbitos de propagación monolingüe quichua (ciclo I)
Fuentes: Unificamos en el cuadro N° 3

3. Ciclo II (1870/80-1940): fuerza motriz de gravitación relativa

Desde 1870 hubo un lento intento sostenido de emprendimientos capitalistas agrarios-forestales, con reflujos reincidentes, hasta una depresión económica desde 1940 en adelante, de la cual la estructura productiva no volvió a reestablecerse sino hasta el siglo XXI con la producción de oleaginosas.

Hubo dos etapas: 1) las inversiones iniciales de 1889 producían 3.000 has de caña, pero la crisis por sobreproducción declinó en 84 has hacia 1914 (Tasso, 2004, p. 116). Posteriormente, se derivó a cereales y alfalfa, lino, girasol y maíz. La superficie regada en 1850 tenía 1.158 has, pero hacia 1940 se regaban 40.000 has (Id, 118). Familias quichuistas rememoran el trabajo de sus bisabuelos en cuadrillas, realizando canalizaciones y desenlamado, y obras urbanas para los festejos del centenario de 1910 (Fantoni, 2020, p. 2) la extracción forestal hasta 1930 (con otros ciclos productivos posteriores) donde el ferrocarril cargaba madera y otras cosechas. Por ejemplo, en el Salado Norte la burguesía rural operaba como puntos de densidad bilingüe sobre la fuerza de trabajo monolingüe Q:

(…) cabe resaltar que a pesar de los resabios feudales que permanecían, las diferencias de casta estaban muy atemperadas. Todos, familias principales y súbditos, señores y peones, compartían una misma cultura homogéneamente campesina y criolla. Si bien la autoridad de los weraqochi era incuestionable, el ejercicio del poder estaba signado por ese paternalismo benevolente que se da cuando nadie cuestiona los rangos, pero todos se conocen desde niños, jugaron en los mismos juegos, se emborracharon en los mismos carnavales, y trabajan a diario en las mismas faenas. El lazo que fortificaba estas relaciones era el compadrazgo que contribuía a mitigar las diferencias sociales e imponía mutuas obligaciones y afectos entre señores y súbditos. Las diferencias persistían, pero en todo caso eran graduales y permeables, ya que se daba el notorio ascenso de capataces, por ejemplo, y el descenso de ramas enteras de las familias principales a las que solo su orgullo residente distinguía del común del campesinado [obreros rurales] (Karlovich, 2009, p. 12-13, mi agregado).

Numerosos funcionarios debían socializar intensamente con una población Q que gravitaba en las ciudades. Dámaso Palacios, gobernador liberal entre 1908-1910, declaraba que se iba “cansado del cargo y de la vida quichua” en la ciudad (Alén Lascano, 1992, p. 475). La masa textual impresa burocrática en castellano se incrementó desde el último cuarto del siglo XIX en adelante. El desarrollo del capitalismo impreso (Anderson, 1993) generaba mayor diversidad textual exclusivamente en castellano, con menor valoración funcional de la lengua “cotidiana”. Consignamos 56 tipos discursivos estatales en castellano: presupuestos gubernamentales y municipales; instructivos de salud; documentos topográficos; edictos; leyes de irrigación; estatutos del Consejo de Educación; documentos estadísticos; registro civil; departamento de aguas; bienes raíces; Boletín Oficial, etc. (Tasso, 2007; Tenti, 2014; Peralta Puy, 2018) y solamente 4 tipos en quichua: narrativa animalística quichua; repertorio médico (en obrajes, postas ferroviarias y nuevos pueblos); coplas bilingües en obrajes (todas orales); y escasísima literatura en quichua (la única impresa). No obstante, nacen diversos usos de “emblema”. Surgen formatos discursivos habilitados por una esfera pública incipiente. Quizá el inicio haya sido un periódico quichua de 1875, hoy inasequible, supuestamente antitaboadista, llamado “El Orkho” (El macho). Se nominan instituciones como el Teatro “Ollantay” bajo la gestión de Absalón Rojas (1886-1889). Se publican el Almanaque Humorístico (1900) del escribano Daniel Soria, las primeras conferencias sobre quichua de Ramón Carrillo en 1905 (MCN 2021), o gramáticas difusas como las de Mossi en 1889 y Grigorieff en 1935. Aparecen narrativas míticas con proyección nacional (Rojas 1907), literatura arielista referida al quichua (Contreras Lugones, 1910; Schaeffer, Gallo, 1910), narraciones basadas en la Encuesta de Folklore5 de 1921 (López, 1950 [1938]). Fundada la liga nacional contra el tracoma, creada por Antenor Álvarez en 1928, aparece el lema quichua: Inti llajtaimanta canchahuay (“Sol de mi pago, alúmbrame”). En la década del 40 surgen el inhallable periódico político “Atari Huauque” del militante comunista Pablo Enríquez, y avisos publicitarios en quichua del estudio fotográfico Mattar, para obtener la libreta de enrolamiento.

Figura 1: Vendedoras de hortalizas en el casco céntrico, década del 30 (fotografías de R. Gómez Cornet)

En los años 30, un anciano del Salado Norte todavía utilizaba un régimen trivocálico original: Apinas pulvuta asintan [“apenas asienta el polvo”] (Tebes, 2009, p. 199). Pero había, potencialmente, una masa monolingüe Q gravitando sobre la esfera pública urbana (ver Fig. 1). Por un lado, se desarrollaba la urbanidad y el capitalismo agrario del núcleo medio del río Dulce (Tasso, 2007) plenamente en castellano como lengua del Estado, del capital y de toda la vida pública (aunque con fracciones burguesas agrarias “presionadas” a socializar en un repertorio Q-C para asegurar la explotación). Por otro lado, una inmensa porción proletarizada y redirigida a los obrajes en el Chaco santiagueño (Dargoltz, 2003) donde el quichua se consolidaba en un complejo laboral territorialmente desconocido, lejos de las ciudades y de sus propias comunidades de origen. Estas oraciones distributivas exponen los dos movimientos, visiblemente diferenciados, de la masa social. Así, este ciclo se caracteriza por el aumento de la densidad social, aunque muy diferente de la complejidad urbana rioplatense.

Los roles animalísticos narrativos se transformaron. El zorro en su rol pícaro, operaba como mediador entre el mundo sobrenatural y el mundo terrenal, y promovía la multiplicación de elementos naturales. Por ejemplo, había un banquete entre las aves en el cielo, y el cóndor llevó al zorro. Este se aprovechó demasiado de la comida, y fue expulsado. Cayendo al suelo, reventó su panza llena de semillas, las cuales dieron origen a las plantas (Palleiro, 1997, p. 73-77). Pero la reconfiguración estatal es notoria en “casos” de los años 20. Por la escasez de alimentos, el zorro intercedió ante el “comisario” iguana para que organizara un censo. Se encontraron con un burro, y la iguana le pidió el “permiso para pastar” (con toda la valoración “ganadera”). El burro pateó violentamente a la iguana, y le preguntó al zorro si también quería ver su “permiso”. El zorro se escapó, respondiendo “no, gracias, yo no sé leer” (Tebes, 2009, p. 127). En otro “caso”, el tigre –su tío– se escapó asustado porque el zorro lo alertó de la llegada de la policía, y así su sobrino se adueñó de la comida (227). Nótese que la iguana (personaje probablemente prehispánico) adquiere el rol de “comisario” que emite “permisos” escritos. Y el zorro sigue pícaro, pero devino un operador político –analfabeto– entre agentes estatales y la “base” social, y conoce dispositivos estatales (movimientos policiales, censos, gestiones de permisos). Es un mediador estatal quichuista.

¿Qué base material reconfiguró estas narrativas? Algunos obreros eran absorbidos como policías, mediante la habilitación del empleador-estanciero que poseía la autoridad estatal local (Tenti, 2014, p. 305). En los años 30 Shanti (quichuista) tocaba el violín, y puso un boliche. Posteriormente “lo pusieron de comisario”: Shanti escribía muy mal y su amigo maestro le corregía completamente los sumarios policiales (cf. Tebes, 2009, p. 255). Surgen nuevas interfaces Q: reuniones políticas en casas, procedimientos policiales, persecuciones a cuatreros, o el cuatrerismo propiamente policial (por su calificación en armas, caballos, etc.). En 1904 se creó la figura del Jefe Político Departamental: era el superior de la policía local y nexo entre el gobernador con los comandantes. Alrededor de 59 jefaturas emitían memorias con datos estadísticos departamentales, ejecutaban el código rural, inspeccionaban receptorías rentísticas, rendían multas, y reprimían al cuatrerismo o al curanderismo (Tenti, 2014, p. 305). Esto sería un fuerte indicio del origen burgués de estas transformaciones animalísticas (zorro = operador político; iguana = comisario) eficazmente propagado en obreros monolingües Q. Pero algunos jefes se manifestaban como ocultistas o “salamanqueros”, por ejemplo, el quichuista José A. Sosa en los años 40.

Un patrón de una finca productiva del departamento Banda, siendo jefe político en los años 20, nombró comisario a un pariente e incorporó a varios peones como policías. En ese escenario, algunos inmigrantes, devenidos productores agrarios y comerciantes, socializaron intensamente con obreros del Salado, quienes migraban hasta el núcleo Banda-Robles para tareas de desenlamado, ampliación de canales, y cosecha de maíz, trigo, o papa (Vessuri, 2010 [1971]). Esto explica por qué, después de varios conflictos contra el gobierno por la crisis hídrica entre 1924-26, el italiano Gabriel Chiossone (burgués agrario del departamento Banda) necesitaba imprimir proclamas políticas en quichua, al candidatearse para gobernador por el partido radical en 1928 (Tebes y Karlovich 2006, p. 300-301).

Había una articulación especial entre proletarizados y la animalística narrativa. El “agregado” era un obrero rural con hábitat y subsunción en el terreno del patrón: criar vacas, sembrar, cosechar. Otras tareas de recolección y cosecha propias solamente eran complementarias. En el Salado Norte, Agustín (llamado “Aguito ventajero) era un “agregado” de los años 20 y operaba como “mediador” entre diferentes capas, idéntico a la narrativa zorruna. “Son muchos los cuentos de Aguito (…) pero algunos se los atribuyen los que conocieron sus mañas” (Tebes, 2009, p. 179). Aguito, por aprovecharse de la comida en una boda, terminó “tomando” un plato entero de sal, que en realidad era la fuente usada para salar la sopa, que se ponía “de trecho en trecho” en las mesas. En una visible polivalencia laboral, Aguito fue a buscar un reloj que había perdido un ingeniero. Lo encontró y fue a entregarle. El ingeniero le preguntó si “estaba andando [el reloj]”. Aguitó contestó en su castilla tan forzosa: “No señor, antarca lo i´encontrao [el reloj estaba “acostado” en el suelo]” (2009, p. 252).

Entre los años 20-30, en una estancia del Salado Norte, el total de peones, conchabados, agregados, capataces, cocineras y criadas conformaban aproximadamente 40 integrantes (Tebes 2009, 46). Las estancias “saladinas” devinieron estructuras improductivas, sostenidas por mercadería abastecida a obrajes forestales. Muchas estancias desaparecieron definitivamente, y las familias patronales emigraron. Comparativamente, una de muchas estancias productivas en la zona núcleo (ej. Banda/Robles) entre 1890-1920 podía absorber hasta 300 obreros (cf. Vessuri 1971, p. 91-117).

Empresarios de origen árabe en la APIF (49% de esta cámara empresarial) mantenían su repertorio Q porque residían en obrajes, o se instalaban en la línea ferroviaria con sus familias y su inversión de capital: Herrera, Añatuya, Quimilí, Juríes, Pampa de los Guanacos o Tintina (Tasso, 1989). Hasta la primera mitad del siglo XX aparecen 40 médicos de estas zonas (origen árabe o eslavos). Fruto de socializar intensamente con hacheros quichuistas, publicaron numerosas investigaciones sobre traumatología laboral (Oddo, 1999, p. 230). La enajenación y explotación de la masa boscosa provocó un desastre ambiental. Los peones eran migrantes “internos” de otras zonas, bajo una explotación inédita y masiva, con impacto en la literatura (Quenel, 2014 [1981]; Gil Rojas, 1954; Abdala, 1962; Ruiz Gerez, 1963; Tebes, 2009). No existía la prohibición lingüística, porque la demanda real del proceso de trabajo (Kabat, 2009) no implicaba la calificación de la fuerza de trabajo en castellano. Con un pico de 130.000 obreros forestales, muchos eran monolingües Q: “Hacheros, labradores, cargadores, mecánicos, conductores de camiones y fleteros, carboneros, en fin, toda actividad que guarde relación con la leña” (Olmos Castro, 1945, p. 205). Queda pendiente explorar cuál habría sido la trama sociolingüística de posibles conflictos obreros del período agro-forestal.

El proceso de subsunción real generaba contingentes bilingües muy “inestables” en capas diferenciadas de una misma zona, que debían sortear dificultades para dominar el castellano. Por ejemplo, una mujer del Salado Norte se casó con un árabe quichuista. Devenida “señora” en la ciudad, reprendió a su niñera (vecina de su zona, monolingüe Q) porque llamó al bebé en quichua (amupachun: “que me lo venga”). En quichua, la niñera le preguntó cómo debía llamar al bebé. La “señora” no sabía cómo resolver la corrección, y usando la raíz verbal castellana de “venir”, le respondió –decile “venipachun” (Tebes, 2009, p. 209). Nótese cómo el desarrollo del capital agropecuario habilitaba la socialización quichua antes que la castellana, sencillamente porque el peso demográfico Q era mayor las primeras décadas del siglo XX, lo que impactaba notablemente en los inmigrantes:

muchos de los dorenses judíos murieron sin poder hablar con fluidez el castellano local (…) [aunque] muchos de ellos sí dominaban el quichua (…) la cercanía (…) con los lugareños el hablar en quichua les servía también en un sentido comercial (…) [hay] un chiste que circulaba en Colonia Dora y Añatuya (…) un árabe que molesta a un judío vendedor ambulante. Le pregunta (…) si tiene huevos (…) porque sabe que no puede pronunciar huevos, en cambio logra un ‘voivos’. Un día cansado de la chicana, cuando el árabe le pregunta si tiene huevos contesta que sí, que tiene ‘voivos’ y que pishco también [pishqo significa “pene” y también “pájaro”] (Lavaisse, 2020, s/d).

Los múltiples atributos del ascenso social se articulaban con la socialización Q-C:

“(…) A un hombre bueno muy por demás/ A Juan Cheein [árabe], gaucho de Medellín/ Andar de monte adentro/ Que al pago se aquerenció/ Lo mejor del bolichero, era fiador (…) Casi, casi curandero, churito para tabear (…) Hombre cabal, ese Tata Juan/ Amigo siempre, piel de mistol (…) Al truqueador, quichuista y tabeador” (canción de C. Carabajal).

Aparecieron las primeras prohibiciones escolares hacia los niños monolingües Q, aunque no era un proceso social generalizado (aspecto central del ciclo III). Por ello, M. Moreno Saravia, un supervisor escolar “sarmientino” combativo (paradójicamente, un quichuista “saladino”) publicaba un manual de arenga moral para docentes, recién en 1938 y no en 1910: la gravitación poblacional Q todavía no permitía al Estado obtener los resultados esperados en instrucción y alfabetización. En memorias de ancianos de Figueroa y Salavina, cuya infancia fue previa a los años 40, predomina la confusión comunicativa explícita, porque los maestros no sabían quichua y los niños desconocían el castellano. Los niños los nominaban inestablemente como mashtros y mashtras (Tebes, 2009, p. 123). Ya en el ciclo III era el yachacheq (“el que hace saber”) en una –todavía– sinuosa construcción del habitus escolar en los quichuistas. Muchas familias no enviaban a sus hijos, no por “resistencia lingüística” sino porque precisaban fuerza de trabajo, sobre todo por la migración familiar (consolidando el monolingüismo Q). Muchas maestras (externas monolingües C) realizaban inmensos esfuerzos en la “captación” y mantenimiento de sus alumnos. Era tal el grado de monolingüismo Q, que muchas maestras se veían obligadas a aprender quichua para imponer el efecto de Estado en las familias (cf. Ábalos, 1949, p. 65). La gran resultante histórica es la consolidación de una estructura de sentir reactiva al proceso estatal, que denominamos aquí como picardía (Andreani, 2014):

había un texto que se llamaba “La campiña” (…) el maestro mandó al Shanti (…) para leerla. Shanti era un pícaro sin hechura. Empezando por el título dijo ‘Lakan…piña’ [vulva brava]. Como nos reímos, el maestro se enojó y nos dijo que no debíamos reírnos así si un alumno no leía bien (versión en castellano de Tebes, 2009, p. 109).
CICLO II: 1870-80 hasta 1940
Ámbitos de propagación del repertorio monolingüe Q / bilingüismo Q-C
FUERZA MOTRIZ de GRAVITACIÓN RELATIVA PROPAGACIÓN
Fuerte (F) – Media (M) - Débil (D)
Ámbitos Situaciones Capas y fracciones
Pequeña burguesía Obreros rurales
Burguesía rural chica
Burguesía rural mediana
Educativos/ culturales
Formación escolar para la burguesía provinciana - -
Escuelas rurales M F
Talleres de oficios M F
Reconfiguración estatal de la narrativa oral/ animalesca y proyección narrativa de la subsunción de trabajo/capital D F
Discursos estatales de “emblema” y generación incipiente de paisaje lingüístico urbano (comercios, periódicos, avisos publicitarios) M M
Cortejos amorosos en bailes, siglo XX (milonga, foxtrot, swing, folklore, polka) M F
Cuentos y casos de zorro en fogones familiares D F
Sociales
Tertulias/fiestas patronales de mujeres de la burguesía urbana M M6
Sociedades femeninas de beneficencia (década del 70 en adelante)
Competencias ecuestres F F
Competencias de juegos masculinos (taba, carreras, naipes) M F
Juegos/ Cacerías/ Competencias infantiles - F
Comidas y sobremesas familiares de trama muy extendida (en estancias) F F
Matrimonios “interétnicos” (e interlingüísticos) 1910-1940 M M
Prácticas de salamanca “folklórica” - F
Aglutinamientos por inundaciones en períodos extensos - F
Esferas conversacionales quichuas en ámbito familiar (adivinanzas, cuentos, fogón, etc.) F F
Bailes, (“farras”, “trincheras”) D F
Producción de géneros musicales de danza (vidala, chacarera, gato) en quichua F F
Económicos Cuadrillas, capataces y patrones en obrajes forestales (1890-1940) M F
Boliches y despensas de obrajes forestales (1900-1940) D F
Múltiples actividades en estancias productivas (s. XIX) F F
Abigeato como base de la narrativa animalesca - F
Espacios periféricos “mancomunados” (fines del s. XIX) - M
Intensa subsunción de trabajo por capital (capataces, obreros, conchabados) entre 1880-1930 M F
Cuadrillas de trabajo vial-hídrico (construcción, mantenimiento de canales, acequias, rutas, etc.) D F
Nuevos profesionales bilingües Q-C (médicos, ingenieros, abogados) de familias inmigrantes /de estancieros / burguesía forestal o agropecuaria M M
(consideramos aquí a los destinatarios)
Comercio rural F F
Comercio urbano M F
Actividades comerciales en sirios-libaneses de gran intensidad con poblaciones monolingües Q (1910-1940) y posterior ascenso político (1930-1950) F F
Trabajo informal temporal en conglomerados urbanos M F
Proletarización masiva en Buenos Aires (décadas 20-30-40) - M
Producciones escritas en quichua (1900-1950) M M
Estatales/políticas Eventos culturales (teatro-muestras-exposiciones) M F
Aumento del poder de jefes políticos departamentales (desde 1904) con destacamentos policiales a cargo F F
Atención de jueces de paz y comisarios en nuevos pueblos ferroviarios D F
Prensa comunista en quichua (años 40) - M
Gobernadores, ministros, secretarios, diputados “quichuistas” M M
Estrategias continuas de campaña política/eleccionaria (después de la ley Saénz Peña, 1912) D F
Procedimientos policiales (con alfabetización incipiente) D F

Cuadro 2: Ámbitos de propagación del repertorio monolingüe Q / bilingüismo Q-C (ciclo II)
Fuentes: Unificamos en el cuadro N° 3

4. Ciclo III (1940-hoy): fuerza motriz de suministro inestable

En este ciclo se concretan eficazmente factores de desplazamiento: depresión económica continua, migraciones masivas a metrópolis portuarias, modernización estatal preponderante por economía sostenida desde renta nacional, ciclos migratorios rurales consolidados y explotaciones improductivas focalizadas, intensa prohibición escolar, y desplazamiento continuo del quichua. Solamente bajo el ciclo III podemos comprender el sentido la categoría nativa “quichuista”: se define por el ocultamiento del quichua y los recursos que dispone del castellano para evitar marcaciones negativas desde el sector social representado en el castellano estándar, o la mayoría poblacional configurada por la modernización estatal (Martínez, 2013) desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. Por fuera de cualquier mitificación folklórica, intelectual o culturalista, la categoría “quichuista” está inevitablemente atravesada por esta configuración estatal-productiva.

Sin embargo, la “marginación” no explica por qué el QS no desapareció definitivamente. Si son evidentes los factores de desplazamiento ¿entonces qué es lo que permite “compensar”, al menos inestablemente, cierto volumen de usos Q en la trama endógena bilingüe? Volvamos al interrogante de la introducción: ¿qué impidió materialmente que el QS no se perdiera definitivamente?

Desde los años 40 hubo transformaciones “bisagra” en todas las clases. La feroz sequía de 1937 generó enormes contingentes migrados a Buenos Aires. La burguesía rural reinvirtió en capitales urbanos y cerraron muchos obrajes forestales (retomados después por capitales locales improductivos). Otras capas de la pequeña-burguesía empobrecida, también migraron hacia la ciudad (ej. el músico Sixto Palavecino y su familia). Siendo un movimiento riesgoso, para muchos migrados “internos” significó el gradual abandono de su repertorio Q: son frecuentes las memorias de nietos y bisnietos monolingües C sobre sus abuelos monolingües Q, en un desplazamiento lingüístico evidente. Pero por la nueva condición de pequeña burguesía urbana (peluqueros, comerciantes, supervisores escolares, subcomisarios, empleados bancarios o contables) otros quichuistas devinieron agentes folklóricos. Sin embargo, la génesis material del corpus temático folklórico (Kaliman, 2004) son los diferentes modos de explotación rural migrante. De esa enorme y diversificada cartografía laboral “golondrina” surgió la matriz de narrativas y el “cancionero quichua”. La puesta en valor de su repertorio Q-C, mediante asociaciones culturales como el “Alero Quichua”, solamente fue posible por el predominio del folklore en el mercado discográfico de los años 60-80 (Chamosa, 2014) y por la explícita habilitación estatal. Era un efecto “rémora” por debajo de la expansión folklórica nacional en la industria discográfica. El quichua recibía una marcación “aceptable” de alteridad lingüística provinciana.

Contrariamente, este ciclo está atravesado por la prohibición lingüística escolar, y la violencia es su marca hasta la década del 907. Esto impactaba directamente en la narrativa. Alejandra (de 75 años en 2009) narraba un “caso” de cuando era niña. El zorro quiere aprender a silbar como el yuyitu (la perdiz), y este decide enseñarle. Le ordena al zorro que se cosa el hocico. El yutu después asusta al zorro, cuyo hocico se descose y muere desangrado. Alejandra hacía hablar al yutu como un maestro que enseña impartiendo órdenes, y al zorro lo hizo hablar en un tono mucho más bajo (Andreani, 2014). El zorrito, entonces, quería hablar como el maestro, y este cose la boca a su alumno para que sea como él. Posteriormente lo asusta, y le provoca heridas en la boca. La prohibición es recordada en un tiempo “remoto” y de tipo direccional: desde maestras urbanas no-bilingües hacia alumnos rurales monolingües (Q) o incipientes bilingües (Q-C). Testimonios frecuentes refieren golpes en la espalda o lastimaduras a niños. De ahí las recurrentes “historias de escape”, asociadas a la picardía zorruna (Andreani, 2014). El “enemigo” del quichua casi nunca tiene nombres propios. “No nos dejaban hablar quichua” es la frase devenida cliché nativo, y fuertemente ejecutada en las propias familias. “A garrote que te cuerran [de la escuela] si sos lengua dura [por hablar quichua]” decía una abuela a su nieto en 2010, y ella misma nos confesaba que así le decían, en quichua, cuando era niña en los años 40. Muchísimas parejas conversaban, y sus hijos aprendían quichua escuchando escondidos (“paqakus uyarerani”) en un proceso permanente y contradictorio (inclusive “pícaro) de adquisición excluida del repertorio Q. Paradójicamente, muchos rememoraban con afecto a sus maestras del pasado, y estas lo resignifican desde sus experiencias “sacrificadas”. Ausencia de servicios, sin caminos, ni edificación o recursos didácticos, con sus propias privaciones personales: ellas representaban el “desarrollo” comunitario. Se consolidó así un bilingüismo estatal Q-C: un “don” lingüístico compuesto por la imposición y el afecto (Bourdieu, 1996). Aun así, la prohibición fue efectiva solo a medias. Como todo conflicto “educativo”, el motivo real está afuera: las relaciones sociales donde familias y docentes reproducían sus vidas.

Ciertos capitales de origen árabe (ex obrajeros forestales) reinvirtieron en el rubro de construcción: dos empresas en la década del 60, cuatro en los años 70, y otras cinco en los 80 (Tasso, 1989, p. 181). En emprendimientos anteriores la primera generación de siriolibaneses aprendía quichua por su itinerancia comercial, pero en el ciclo III ya no precisaban del repertorio Q para asegurar la explotación. Pero en esa absorción de obreros viales e hídricos surgían interacciones Q-C. Don Mansilla, del departamento Figueroa, durante dos décadas fue hachero –para patrones árabes– en obrajes menores, hasta que en 1975 ingresó como operario en una empresa de construcción vial. Sus comienzos fueron muy difíciles. “Tenía un cagazo terrible porque yo era muy campilitu [del campo] y los otros iban a ser los ‘letraos’ que sabían manejar las máquinas. Eso le imaginaba (…) vamo´ a decir. Encima yo le tenía miedo al turco [árabe]”. Los gerentes ya no hablaban quichua, porque la complejización del capital les permitió tomar distancia de la trama monolingüe Q donde sus abuelos socializaron necesariamente (ej. vendiendo productos en el trayecto del río Salado). Mansilla tenía mucho miedo por la distancia de “clase” que suponía. Pero se integró rápidamente porque muchos habían sido hacheros como él. Incluso “El Rengo”, de noche, le enseñaba en quichua algunos rudimentos para usar el enorme grupo electrógeno. Así, aprendió a utilizar excavadoras, topadoras, rolo, palas mecánicas, mezcladora y carbonillera. Y agregaba: “cómo sabíamos hablar macanas en quichua”, en un incesante ambiente de narrativas pícaras entre obreros y capataces. En esa red de contactos, después, Don Mansilla hizo entrar a su hijo menor y a tres sobrinos.

Figura 2: Trabajadores migrantes quichuistas. Foto de Héctor Andreani

Como los rasgos del ciclo III se profundizaron, el cuadro social del QS también se reprodujo según las condiciones de degradación de la estructura social provincial, y el devenir de su capa más pauperizada. Según el censo de 1869, sobre 132.898 habitantes ya había 23.000 afuera de SdE (un 15%), pero un siglo después, y posterior a tres décadas de depresión económica generalizada, en 1970 el 45% de los pobladores había emigrado (INDEC 1980). En el segmento 1937-39 el pico de superficies cultivadas era de 356.204 has, y para 1960 la superficie total había descendido críticamente a 120.000 has (Tasso, 2004, p. 123). Remarcamos la “efectividad” sociolingüística intrínseca a la explotación extrema del trabajo migrante estacional: por ejemplo, 10.000 cosecheros santiagueños de algodón en Chaco (Bilbao, 1968, p. 336), o miles de familias reingresando el quichua en Tucumán en ingenios azucareros durante décadas hasta mediados de los 60 (Alderetes, 2021, p. 66). En Buenos Aires se ubicó el segundo conglomerado más importante de bilingües Q-C expulsados desde tiempos coloniales hasta hoy (Farberman, 1998; Desalvo, 2013). La proletarización rioplatense obligó a abandonar drásticamente el repertorio Q, aunque emergían interacciones Q-C entre “comprovincianos” (Tebes, 2009, p. 135). Por el acceso obrero a bienes culturales, se fueron organizando asociaciones de “residentes” santiagueños, principalmente folklóricas (cf. Rodríguez Ledesma, 1997), donde el quichua sufrió una cristalización ideológica-afectiva. Esta dinámica de “reflujo y flujo” sociolingüístico en un aglomerado urbano complejo, no se motiva por la declamación identitaria (Lorenzino, 2003, p. 59) sino por el incesante ingreso de expulsados desde SdE (Desalvo, 2014).

El trabajo “golondrina”, en sus diversas explotaciones, devino una fuerza motriz de “compensación” en este ciclo, aunque ya sin el peso social de las fuerzas motrices anteriores. No ingresa la totalidad de los atributos sociales del quichua, sino los propios de la franja masculina: intensamente narrativa, laboralizada, explícitamente con picardía (Andreani, 2016) y efectivamente propagada-refractada en sus comunidades de origen (narrativas familiares, sexuales, socialización infantil, desafíos agonísticos de varones, inclusive esferas de mujeres). Por esto el ciclo III es de suministro inestable. Actualmente, una intensa productividad bilingüe Q-C se sigue “anidando” en las cuadrillas migradas a la Pampa Húmeda, porque la tecnificación-robotización de ese proceso específico aún resulta muy costosa para el desarrollado capital de las semilleras multinacionales. Por eso el proceso de trabajo de variedades “premium” (despanojamiento y otras cosechas) todavía precisa trabajo manual.

La figura N° 3 sintetiza estos movimientos laborales:

Figura 3: Mapa lingüístico (aproximativo) con corrientes de expansión-retracción del QS en diferentes períodos, según las transformaciones de los capitales agrarios regionales (diseño de Noelia Achával)

Tomemos un caso zonal como síntesis. El segmento norte/centro del río Salado tuvo momentos de despegue en determinados productos: trigo, algodón, y la famosa alfalfa “saladina” (mejorada por productores árabes quichuistas –Tasso, 1989, p. 152–). Pero no pudo desarrollarse por crisis hídricas-climáticas, y la imposibilidad de competir con la escala productiva en la Pampa Húmeda. Actualmente, en diferentes zonas se autonominan “pequeños productores” (pequeña burguesía rural y productores semiproletarizados –Desalvo, 2013–) sostenidos por subsidios estatales mediante programas de fomento, explotando a obreros locales (“vecinos”) en tareas agrarias de baja escala. Son una capa burguesa con escasísima productividad relativa y tecnificación aplicadas al proceso agrario local. Pueden ser dueños de boliches, bailes, radios, comercios de ramos generales, abigeo, dueños de tractores “usados” como alquiler, y acumulan capital político como “operadores” de ministerios o del ejecutivo provincial. Esta burguesía agraria improductiva sigue siendo tan bilingüe (Q-C) como sus vecinos que son obreros rurales empobrecidos. Los rubros de la burguesía provincial son diferentes: 1) conglomerados de empresas de bienes y servicios; 2) capitales concentrados de comercio urbano (redes comerciales céntricas); 3) pymes tercerizadoras de obra pública; 4) pymes industriales de baja productividad; 5) capital agroganadero intensivo. Con excepción de este último (agroganaderos/sojeros de productividad relativa) los restantes se sostienen con la renta del Estado nacional. En ninguno de estos rubros existen quichuistas con capacidad de acumulación de capital o en puestos gerenciales. La vía de acceso para escasos bilingües Q-C sigue limitada a su capacidad como operadores estatales. ¿Quiénes son todos los “vecinos” de esta burguesía estatal improductiva? Hombres y mujeres explotados como mano de obra extremadamente barata en tareas de transporte, descarga, construcción, mejoras de inmuebles del “pueblo”, desenraizamiento y limpieza de terrenos para siembra, empleo doméstico y crianza de niños de familias pueblerinas. Otros contratados estatales (también precarizados) trabajan en obras viales, recursos hídricos, choferes de proveeduría, transportistas de tercerizadas, agentes sanitarios, enfermeras, ordenanzas de limpieza, subsidiados municipales con “programas” (fomento juvenil, limpieza de calles, tercera edad, artísticas, gastronomía, danzas, dibujo, tejido, etc.).

Los quichuistas, entonces, pertenecen a la sobrepoblación relativa, es decir, una capa necesaria para la acumulación del capital: multiplica mano de obra disponible para ciclos de alza económica, degrada las condiciones laborales y el salario, y ejerce presión a obreros ocupados (Kabat, 2009). Un gasto público incrementado sostiene la reproducción de una población a la que el capital no puede emplear en condiciones de rentabilidad media: niveles altísimos por cantidad de habitantes de empleo público y muchísimas pensiones y planes sociales (cf. Desalvo, 2014, p. 131-150). Por la relación entre este tipo de burguesía “pueblerina”, los precarizados estatales y numerosas familias rurales con pauperismo consolidado, la interfaz Q-C se “anida” como un continuum inestable. Sobre ese “espectro” de bilingüismo endógeno, se propaga el principal suministro Q: el proveniente de la socialización laboral “golondrina”.

CICLO III: décadas 30-40 hasta la actualidad
Ámbitos de propagación de repertorio bilingüe Q-C
FUERZA MOTRIZ de SUMINISTRO EXÓGENO INESTABLE PROPAGACIÓN
Fuerte (F) – Media (M) - Débil (D)
Ámbitos Situaciones Dirigido hacia pequeña burguesía y burguesía rural chica Hacia la clase obrera en sí
Educativos/ culturales Refugios e intersticios escolares infantiles-adolescentes - D
Eventos culturales-escolares - M
Eventos folklóricos con “promoción bilingüe” en residentes santiagueños en Buenos Aires - M
Agitación guerrillera con discursos quichuas (años 60-70) - D
Producciones “historiográficas” sobre el quichua (década del 40-siglo XXI) D -
Auge discográfico de folklore quichua (años 60-80) M M
Producciones literarias o didácticas en quichua (principalmente exógenas al QS/ en menor medida endógenas del QS) D D
Programas radiales folklóricos (período 1960-90) M M
Proyectos pedagógicos en educación formal8 - D
Sociales Escritura privada en redes virtuales (siglo XXI) - M
Juegos/ Cacerías/ Competencias infantiles - D
Conversaciones de parejas > simultánea adquisición excluida del QS en sus hijos - M
Eventos deportivos rurales - M
Cortejos amorosos informales en bailes (principalmente de chamamé, 1970-2020) D M
Competencias ecuestres - M
Competencias de juegos masculinos (taba, carreras, naipes) D M
Prácticas de salamanca “folklórica” - D
Bailes (también los posteriores a fiestas religiosas, predominantemente con chamamé) - M
Sobremesas familiares (género propio) - F
Económicos Trabajo migrante estacional rural (TRME) intra y (principalmente) extra-provincial - F
Trabajos temporales en conurbano y costa bonaerense - D
Cuadrillas de construcción vial, hídrica y vivienda en zonas rurales - M
Estatales/políticas Atención en comisiones municipales de zonas Q-C D M
Dependencias estatales agropecuarias - D
Ámbitos de empleados estatales rurales - M
Prohibición lingüística-escolar intensa (circa 1940-1990) - D
Operadores políticos rurales -“punteros”- (década del 80-hoy) M M
Eventos culturales-estatales rurales D M
Neo-toponimización quichua de parajes (estrategia de colectivos indigenistas contra usurpaciones) - M

Cuadro 3: Ámbitos de propagación de repertorio bilingüe Q-C (ciclo III)
Fuentes de los cuadros N° 1, 2 y 3: Page (1859); Gutiérrez (1861); Hutchinson (1945 [1862]); Mantegazza (1916 [1867]); Gordon ([1869] en Rock, 2006); Mulhall y Mulhall (1876); Jacques (1857); Hutchinson (1945 [1862]); De Moussy (1864); Gancedo (1885); Clemens (1886); Gálvez (1889); Lascano (1889); Gancedo (1895); Sosa (1953); Gil Rojas (1954-1962); Abdala (1962); Ruiz Gerez (1963); Palomeque (1992); Álvarez (1993); Rodríguez Ledesma (1997); Oddo (1999); Albarracín y Alderetes (2004); Tasso (2004; 2007); Tebes y Karlovich (2006); Terrera (2008); Karlovich (2006; 2009; 2018); Farberman (2005; 2018); Grosso (2008); Tebes (2009); Vessuri (2010 [1971]); Desalvo (2013); Quenel (2014 [1981]); Andreani (2014; 2015); Santucho (2016).

5. Observaciones sobre los ciclos

Al no haber indicadores censales lingüísticos, haremos estimaciones globales porque el Estado sigue confundiendo con indicadores étnicos:

Cuadro Nº 4: Estimación (aproximativa) de quichuistas sobre población total (1772-2020).
Fuentes: Alén Lascano (1992); Carrizo (2014); Censos nacionales (1869, 1895, 1914, 1970, 2010), y estimaciones sobre fuentes de apartados 1, 2 y 3.

En 1772 la población en las relaciones feudales era de 14.000 personas; a comienzos del siglo XIX eran 30.000; cincuenta años después eran más de 120.000, y para el siglo XX superaban los 200.000 pobladores. En solo 20 años (1895-1914) la población aumentó considerablemente en 100.000 personas. En todo el siglo XIX la cantidad de monolingües Q siempre era predominante sobre un total poblacional (la totalidad de esos 20.000, después de los 30.000, y predominantes sobre esos 132.898 de 1869). Dicho siglo podría caracterizarse en valores que rondan más del 90% de quichuistas sobre el total, pero entrado el siglo XX habría rondado el 50% de quichuistas. Una disminución “abrupta” de quichuistas a fines del ciclo II decayó continuamente en el ciclo III hasta la fecha. Para 2020 la población total serían 978.313 (proyección INDEC, 2013) y la estimación aceptable entre investigadores sigue oscilando entre 80.000 y hasta 150.600 quichuistas, es decir, entre un 8,1% al 15,3% del total poblacional actual. Al desarrollarse la estructura productiva provincial (complejización estatal, diversificación de profesiones y oficios, cultura escrita, reinversión urbana por plusvalía de la explotación agro-forestal, diversificación del trabajo técnico-industrial urbano de baja escala) la población monolingüe C que era minoritaria en el siglo XIX, habría sufrido un despegue demográfico notorio en el siglo XX. Mientras, la población monolingüe Q, predominante en tareas productivas rurales del siglo XIX, perdió relevancia productiva en el siglo XX por el aumento de tecnificación y productividad extra-zonales, y expulsión de mano de obra. Previamente, el QS no expresaba tecnolectos estatales, tecnificación compleja o jerga institucional educativa, porque fueron esferas originadas en castellano. Se trata de una expresión singular de estancamiento demográfico (como proceso largo), y el desplazamiento es posterior (abrupto proceso corto).

Sistematizamos datos de los apartados anteriores para una respuesta posible sobre la situación resultante actual para el quichua.

Cuadro Nº 5: resultados de los 3 ciclos

En el ciclo I las capas de la burguesía (sean consolidadas o en transición) recibían y generaban una propagación fuerte de usos monolingües Q (13). Esto era así por el modo de feedback, en una interfaz de bajísima densidad social. Para construir relaciones capitalistas en medio de crisis climáticas y escasa población (ausencia de fuerza de trabajo disponible), la burguesía precisaba alianzas (no sin violencia) con otras clases. Las situaciones de propagación se duplican en todas las fracciones obreras (algunas todavía sin desposesión absoluta de medios de vida) y hay un predominio de la intensidad fuerte en casi todas las situaciones (26). Es un proceso social generalizado.

En el ciclo II, aunque crecen situaciones obreras de propagación fuerte (29), del total surge un tercio nuevo de intensidad media (9). Las restantes situaciones fuertes ocurren en un momento de diferenciación social: es intenso en sus propias aglomeraciones (ej. forestal) y ya no en otros (ej. parcelas urbanas con una gravitación Q relativa). En fracciones burguesas aumentan relativamente las situaciones de propagación Q-C (15) por un movimiento clave: el capital agrario (criollos e inmigrantes) cuya interfaz Q se mantiene mientras dura cada producción respectiva (generalmente 20 años), y para poder expandirse precisó absorber mucha fuerza de trabajo monolingüe Q (gravitación relativa). La interfaz Q se masifica por el auge agroforestal y el aumento de explotación manual intensiva. En estas fracciones burguesas (algunos emergentes bilingües Q-C), la intensidad de propagación disminuye notablemente. La totalidad no llega al grado 0 por el “contrapeso” de intensidades media y débil.

En el ciclo III varios factores de desplazamiento lingüístico Q se tornan muy eficaces. La intensidad y situaciones de propagación disminuyen notablemente para capas improductivas de la burguesía chica y pequeña burguesía rural (donde se reproducen algunos quichuistas solamente por “capilaridad” estatal). En las familias obreras disminuyen claramente las situaciones y la intensidad (ej. los escasos “musiqueros” Q tienen nula incidencia social). Lo único que parece aumentar es la intensidad media (17), pero en realidad se desarrollan como espacios estancos. La totalidad de los quichuistas son bilingües, y ya no ejercen gravitación en el aparato productivo. La intensidad fuerte (2) se delimita a ámbitos específicos.

Una explicación integral no es una acumulación de elementos heterogéneos, sino la identificación de aquellos procesos determinantes sobre otros en la estructura social (cf. Kabat, 2009; Desalvo, 2013, Flores, 2018). El QS no se mantuvo por “resistencia” a la homogeneización castellana, por un profundo “arraigo” prehispánico, por haberse “desindianizado” en el siglo XIX, o lo contrario, por una semiopraxis subrepticia “india”. La construcción del Estado y las relaciones capitalistas precisaron absorber fuerza de trabajo quichuista porque era disponible, y sobre todo mayoritaria. Fracciones afines y clases antagónicas se reprodujeron al interior de ámbitos estatales y productivos, a condición de que aprendieran a objetivar dónde hablar en quichua y dónde no hacerlo, desarrollando laboriosa y gradualmente un bilingüismo estratégico (Grosso, 2008). Hubo una profunda historia de arraigo estatal y de “no-prohibición” mientras se precisaba explotar a decenas de miles de quichuistas: un continuum de interfaces Q o Q-C sin la necesidad de alterización “indígena”. De no ser así, tanto hacendados y gobernadores, como obreros y comerciantes árabes (todos quichuistas) habrían sido “aboriginalizados” o masacrados por hablar quichua, y esto efectivamente no sucedió. El signo del ciclo III es la degradación de la estructura social. La fuerza motriz contemporánea del QS no se compone de “impulsos” sino de compensaciones (suministro inestable). La socialización Q-C intensa dentro del trabajo migrante es la clave material de dicho ciclo: un suministro bilingüe propagado hacia sobremesas familiares y otros espacios privados comunitarios (cortejo, chat virtual, conversaciones en bailes, casi todos motivados por un ambiente de picardía). Es una consolidada interfaz compuesta exclusivamente por sobrepoblación relativa: a) obreros rurales de diversas fracciones precarizadas; b) fracciones estatales improductivas. La naturalización de esa trama resultante de bajísima densidad social, explica la inexistencia de reclamos “públicos” en el marco de “la quichua”, ni por recursos, trabajo o políticas educativas.

Esta periodización propuesta deberá complementarse o contrastarse con más evidencia empírica. Posponemos un trabajo historiográfico más sistemático aunque con lupa sociolingüística, infiriendo “datos” elusivos pero relevantes en procesos sociales/estatales/productivos. El interrogante sobre la vigencia del QS precisa analizar la naturaleza social de sus hablantes y el peso de sus determinantes materiales, fuera del predominio académico sobre atributos electivos o identitarios. Reponer posiciones objetivas es clave para comprender el proceso social del QS. Proyectamos, así, la problematización de esta hipótesis a muchas lenguas minorizadas americanas.

Notas

1 Usamos estas nomenclaturas y categorías: Q (monolingüismo quichua), QS (quichua santiagueño), Q-C (bilingüismo quichua-castellano), “la quichua” (categoría local para dicha lengua), “el quichua” (nominación general), “quichuista” (categoría local para el bilingüe Q-C).

2 No desarrollaremos aquí esa extensa bibliografía, al no ser relevante para el planteo central.

3 Véase la investigación de Albarracín (2017).

4 Se agrega un ítem en el sector rural, dadas las vinculaciones posibles en este tipo de reuniones de “alcurnia” (cf. Quenel, 2016 [1951]).

5 Hipótesis investigada por Gabriela Amarilla (UNSE).

6 Se agrega un ítem en el sector obrero rural, por vinculaciones posibles en este tipo de reuniones de alta sociedad (cf. Quenel, 2014 [1981]).

7 Dos aspectos importantes: a) SdE desde mediados del siglo XX se reprodujo mediante el 90% de recursos provenientes de la renta nacional (Desalvo, 2014); b) surgieron diversos discursos identitarios de autoafirmación provinciana, generalmente alineados con el nacionalismo hispánico del peronismo y la democracia cristiana. El Estado provincial (en términos fácticos) al poseer el dominio administrativo de la transferencia de recursos, pudo legitimar la prohibición lingüística en las escuelas.

8 Las únicas ofertas educativas en SdE con espacios curriculares sobre QS son una escuela, un colegio, un profesorado (todos rurales) y una carrera universitaria (urbana).

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